Ecuador cíclico


(Quito - Mitad del Mundo - Baños - Cuenca - Gualaceo - Montañita - Galápagos - Quito)


Mentiría si dijese que alguna vez antes se me había pasado por la cabeza, aunque fuese remotamente, la idea de viajar a Ecuador.

El café de la tarde de aquel domingo último de agosto comenzó hablando de la invitación, cuatro meses después, a una boda en Quito y de lo inviable y poco factible que resultaba nuestra asistencia al evento. 

Hasta que de pronto, como de la nada, como sin venir a cuento, surgió a modo de amenaza un “¿y si vamos?”.  La conversación sufrió entonces un giro inesperado, frenético, ante el hecho de que lo que hasta hacía unos minutos era impensable de pronto era una posibilidad. “Las Galápagos son de Ecuador, ¿no?. Ni siquiera podíamos empezar a trazar una hipotética ruta porque pocas ciudades conocíamos que pudiéramos en ese momento ubicar en su mapa. Quito y Galápagos; aquello era todo y cuanto sabíamos que había en Ecuador. Pero esa misma noche, apenas cinco horas más tarde, ya teníamos a otras dos amigas convencidas y cuatro billetes a Quito comprados.

Acto seguido hubo también una llamada a casa: “Mamá, después de Navidad me voy a Ecuador”. Frase enunciativa, afirmativa, en presente de indicativo con sentido de futuro que no dejaba lugar a preguntas. Pero aún así la hubo. Siempre la hay. “¿¡ A Ecuador!? ¿Qué se te ha perdido a tí en Ecuador?”.  Sería la tercera vez que cruzaba el charco en esa misma dirección pero sería la primera vez que con amigas, cuatro chicas, iba a hacer un viaje de mochilero. 

Ecuador fue mi primer gran viaje. 



Llegamos a Quito después de un vuelo de 11 horas donde no pude pegar ojo porque el niño italiano que iba sentado a mi lado decidió desde el instante cero que yo iba a ser su mejor amiga para el resto del viaje y me obligó (sí, creedme que el significado del verbo obligar es aquí el adecuado) durante todo el vuelo (¡todo el vuelo!) a hacer sudokus (¡mis sudokus!) con él y a jugar con su PSP con tal mal infortunio que en mi hastío somnoliento apretando botones indistintamente superé el récord de yo que sé qué juego por lo que a partir de ese momento no sólo fui su mejor amiga sino su ídolo de los videojuegos.

Pero no hay martirio que dure 100 años así que finalmente aterrizamos en Quito un 28 de diciembre. Nosotras y nuestros sprays de pimienta (allí no están prohibidos) pero que por suerte olvidamos a los pocos días en algún lugar recóndito o bolsillo interior de nuestras mochilas (siempre es bueno darse cuenta que uno no va a tener que usar sus armas).

Poder vivir un fin de año en una ciudad como Quito es un regalo. Sus años viejos, sus viudas, sus hombres vestidos de mujeres… Tiene un tráfico loco (comparado con otros lugares de Asia conducen a las mil maravillas) y tiene de fondo, en casi cualquiera de sus tiendas o bares, a modo de banda sonora del país, a la grandísima vecina peruana Wendy Sulca y al grandísimo Delfín Hasta el fin. Pero aún con eso es una ciudad amable. Si además se cuenta con la suerte de festejar  una despedida de soltera y boda al más puro estilo ecuatoriano paseando con chiva por las calles de la capital entonces la experiencia asciende ya a la categoría de irrepetible.



A la Mitad del Mundo se llega en bus (estaba deseando escribir esta frase desde el comienzo de este escrito). Especifico: a Mitad del Mundo se llega después de un breve trayecto en bus desde Quito. Y a mí que todas esas tonterías de los límites fronterizos me encantan (fronteras entre meridianos, entre países, entre el bien y el mal…), tener un pie en el hemisferio norte y otro en el sur me hizo mucha gracia y de recuerdo tengo como 100 fotos sólo de aquella raya amarilla pintada en el suelo que separa a los de arriba de los de abajo. Una no está todos los días a una latitud 0° 0' 0".

Baños es el principio de la entrada del principio de la selva (lo de las dos veces de “principio” es intencionado). Faltaría todavía un poco para llegar a lo que realmente se considera ya región amazónica pero si se quiere ver verde, no se dispone de mucho tiempo para desplazamientos y se acepta barco como animal acuático entonces Baños es también selva y es el lugar perfecto. Nosotras contratamos allí mismo un tour de un par de días que incluían varías actividades: tour por la selva (recordad que hemos aceptado barco), conocer a una familia autóctona, visitar una granja de monos (muy simpáticos ellos), comer hormigas con sabor a limón…  Puede que se trate de un pack turista, pero para moverte por allí es casi la mejor opción y a mí me pareció muy divertido. También hicimos canopy y ráfting en el río Pastaza, donde una de nosotras fue secuestrada en pleno descenso fluvial por una lancha de argentinos.
           

Cuenca es de las ciudades más tradicionales de Ecuador y sus cholas cuencanas y sus iglesias hacen que cualquier foto tomada en esta ciudad sea una auténtica maravilla. Me gustó por auténtica y por tradicional. Desde allí tomamos un bus un día hasta Gualaceo para conocer su mercado.


                         
Y qué decir de Montañita. “Pueblo costero surrealista con construcciones de paja por casas” sería su descripción más aproximada. Si se quiere calma hay que huir de ella, sólo es apta para aquellos que busquen olas, fiesta y sean capaces de soportar el Danza Kuduro a más de 90 dB durante las 24 horas del día. Yo me divertí muchísimo, no lo niego, pero reconozco que una estancia superior a 3 ó 4 días puede afectar a la salud y recortar años de vida.


                         
Las Galápagos son, tal y como me esperaba, fantásticas. No es fácil llegar allí (en el sentido de que está lejos) y hay que pagar una tasa de turista (alrededor de 150USD si no recuerdo mal), pero vale la pena. Los precios una vez allí me sorprendieron para bien. Me esperaba que los restaurantes y el alojamiento fuese mucho más caro, pero no recuerdo apenas diferencia con el resto de Ecuador. Uno sabe lo que puede esperar de Galápagos y la verdad que no defrauda. El turismo está limitado y eso junto a su fauna y playas hacen de las islas un lugar único en el mundo.

                     
Ecuador es un pequeño gran país cargado de sorpresas increíbles. Ecuador tiene de todo. Naturaleza en su estado más puro, montañas, volcanes, selva, playas, olas, ciudades con centros históricos de valor incalculable, buena comida y mejor gente… No hay nada absolutamente de ese viaje que no volvería a hacer o que cambiaría. 

Ecuador fue mi primer gran viaje. Y fue sencillamente genial.

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